Desde mi experiencia, me parece que ha sido uno de los cambios más significativos que he podido llevar a cabo en el aula por varias razones: por un lado, es la forma de respetar, de una FORMA REAL, el ritmo de aprendizaje y poder adaptarse a la individualidad de cada uno de mis alumnos. Es decir, atender a la diversidad de los chicos y chicas que tengo en el aula. Por otro lado, mis alumnos se han convertido, realmente, en los que gestionan en primera persona su propio proceso de aprendizaje.
Es así como he podido pasar a acompañar las dificultades que surgen y guiar la adquisición de contenidos desde un segundo plano. Además, me he percatado de que mis alumnos tuvieron que adquirir nuevas competencias para trabajar con una metodología menos directiva y más abierta, en la que tuvieron que empezar a tomar decisiones sin temor a equivocarse, a llegar a acuerdos, a gestionar el tiempo…
No siempre es fácil saber hasta dónde preparar actividades y completar la matriz de inteligencias de Gardner y taxonomía de Bloom. Para resolver este aspecto me parece clave asegurarse que el alumno pueda adquirir el contenido y cumplir los objetivos que se proponen.
Además, creo que haciéndolo con niños de pequeña edad, el diseño del paisaje debe dejar el itinerario completamente enlazado entre el texto utilizado en el propio paisaje y los espacios físicos del aula o los recursos materiales utilizados. Todo con la idea de establecer una conexión estable entre sus conocimientos previos y el aprendizaje de los nuevos contenidos, ofreciendo las mejores opciones que puedan ayudar a tal fin (inteligencias y niveles cognitivos) y los materiales necesarios bien organizados.
Para realizar el paisaje “solamente” contábamos con un portátil conectado a una Pizarra Digital, por lo que se convirtió en un Paisaje “híbrido” (digital y analógico) en el que los alumnos elegían la actividad en la PDI y posteriormente recogían una copia de la actividad en papel para realizar la tarea.
Aparte de los contenidos que nos proponíamos trabajar, lograron realizar tareas con trabajo cooperativo, se mostraron más autónomos y, con su hoja de ruta en la mano, sabían perfectamente en qué momento del proceso de aprendizaje se encontraban. Lo más llamativo fue confirmar que realizando las distintas tareas en grupo, los alumnos sabían justificar ante el profe las respuestas que habían dado, prueba de que el aprendizaje entre iguales fue muy útil.