Como sabéis, el Triduo Pascual es la celebración más importante para los cristianos, pues recordamos los misterios de nuestra salvación: la muerte y la resurrección de Jesús, el Dios que quiso vivir las penurias humanas para redimirlas dando a la vida la última palabra. Esta realidad solo es accesible desde la fe, más en los tiempos de impotencia y sufrimiento que estamos viviendo; pero la fe que puede ser avivada por la contemplación y celebración de los misterios pascuales:
- Domingo de Ramos. Jesús entra en Jerusalén como Rey, pero pronto descubrirán los que le aclamaban, que su Reino tiene valores diferentes a los de los reinos de este mundo.
- Jueves Santo. Conmemoramos la última cena, donde Jesús instaura el sacramento de la Eucaristía. Tras la cual, nos acercaremos con Él al huerto de su desesperación ante el sin sentido del sufrimiento y la muerte, que solo halla consuelo en la confianza en Dios.
- Viernes Santo. Los juicios de los poderosos llevan al inocente al patíbulo, para que deje de atentar contra el sistema establecido ofreciendo unos valores diferentes. Y tras padecer castigos atroces, es crucificado y muere.
- Sábado Santo. El día del silencio, de la soledad, de la desesperanza… día donde todas las preguntas quedan sin respuestas: ¿Por qué? ¿Hasta cuándo?…
- Domingo de Resurrección. Y en la noche, Dios responde vivificando. Nadie fue testigo ocular de este hecho, la única prueba que tenemos es la transformación de la vida de quienes entonces y ahora han sido enriquecidos con el don de la fe, dejándose vivificar por el mismo Espíritu que obró la Resurrección.
- Tiempo Pascual. Hemos tenido 40 días para prepararnos a este gran misterio, ahora la Iglesia nos regala 50 días para celebrarlo, que culminarán con Pentecostés, fiesta en la que celebraremos el don del Espíritu Santo.
«Los amó hasta el extremo», estas palabras del evangelista Juan expresan y califican de manera peculiar la liturgia de hoy, Jueves Santo, en la celebraciónde la misa de la Cena del Señor, con la que comienza el Triduo Santo. La Eucaristía es un signo hermoso de este amor total, libre y gratuito, y ofrece a cada uno la alegría de la presencia de quien nos hace capaces de amar, según su ejemplo, «hasta el extremo».
En la última cena, Jesús muestra a sus discípulos, y a nosotros, cómo es este amor que Él mismo vivió hasta dar su vida, con un gesto: lavar los pies, trabajo que hacían los esclavos. Jesús nos revela que amar «hasta el extremo» quiere decir estar dispuestos a afrontar el cansancio y las dificultades, incluso hasta dar la propia vida, como lo están haciendo tantos sanitarios y otros muchos trabajadores estos días. Hoy es un día para dar gracias por todos los que están amando «hasta el extremo» a nuestro alrededor, al mismo tiempo que pedimos al Señor que sostenga esta entrega, y que nos colme de este amor, que es un don de Dios.
No olvidemos que la Eucaristía es también el recuerdo de una fiesta, por lo que sería bonito preparar una comida especial, tanto si estás solo como en familia, para celebrar la vida.
Desde el Cenáculo de ayer hasta el Gólgota de hoy sucedieron muchos acontecimientos. Pero nos vamos a detener solo en uno de ellos: el Calvario, el lugar donde crucificaron a Jesús y donde podemos contemplar un amor cuyo cumplimiento es el don de la vida.
La Cruz es el signo claro del misterio de un Amor que llega «hasta el extremo» de dar la Vida, pero al mismo tiempo, precisamente por esto, se convierte en un símbolo que interpela e inquieta nuestras conciencias. Os invitamos a entrar en este misterio participando en la celebración de hoy, la pasión de Jesús, y participando en algún Vía Crucis o rezándolo vosotros en casa; todo ello con el fin de descubrir la fuerza de este amor que se entrega sin medida.
“Eterna es su misericordia”: es el estribillo que acompaña cada verso del Salmo 136 mientras se narra la historia de la revelación de Dios. En razón de la misericordia, todas las vicisitudes del Antiguo Testamento están cargadas de un profundo valor salvífico. La misericordia hace de la historia de Dios con Israel una historia de salvación. Repetir continuamente “Eterna es su misericordia”, como lo hace el Salmo, parece un intento por romper el círculo del espacio y del tiempo para introducirlo todo en el misterio eterno del amor. Es como si se quisiera decir que no solo en la historia, sino por toda la eternidad el hombre estará siempre bajo la mirada misericordiosa del Padre. No es casual que el pueblo de Israel haya querido integrar este Salmo, el grande Hallel como es conocido, en las fiestas litúrgicas más importantes.
Antes de la Pasión Jesús oró con este Salmo de la misericordia. Lo atestigua el evangelista Mateo cuando dice que “después de haber cantado el himno” (26,30), Jesús con sus discípulos salieron hacia el Monte de los Olivos. Mientras instituía la Eucaristía, como memorial perenne de Él y de su Pascua, puso simbólicamente este acto supremo de la Revelación a la luz de la misericordia. En este mismo horizonte de la misericordia, Jesús vivió su pasión y muerte, consciente del gran misterio del amor de Dios que se habría de cumplir en la cruz. Saber que Jesús mismo hizo oración con este Salmo, lo hace para nosotros los cristianos aún más importante y nos compromete a incorporar este estribillo en nuestra oración de alabanza cotidiana: “Eterna es su misericordia”.
Con la mirada fija en Jesús y en su rostro misericordioso podemos percibir el amor de la Santísima Trinidad. La misión que Jesús ha recibido del Padre ha sido la de revelar el misterio del amor divino en plenitud. “Dios es amor”(1 Jn 4,8.16), afirma por la primera y única vez en toda la Sagrada Escritura el evangelista Juan. Este amor se ha hecho ahora visible y tangible en toda la vida de Jesús. Su persona no es otra cosa sino amor. Un amor que se dona gratuitamente. Sus relaciones con las personas que se le acercan dejan ver algo único e irrepetible. Los signos que realiza, sobre todo hacia los pecadores, hacia las personas pobres, excluidas, enfermas y sufrientes llevan consigo el distintivo de la misericordia. En Él todo habla de misericordia. Nada en Él es falto de compasión.
Papa Francisco, Misericordiae Vultus – Bula de convocación del Jubileo de la Misericordia (11 de abril de 2015), 7-8
El Sábado Santo es un día que nos invita a la silenciosa espera del encuentro con el Resucitado. «¿Qué es lo que sucede hoy?», pregunta un autor anónimo de inicios del cristianismo. Prosigue «Un gran silencio envuelve la tierra; un gran silencio porque el Rey duerme. ‘La tierra teme sobrecogida’ porque Dios se durmió en el sueño de la muerte y ha despertado a los que dormían desde antiguo. Va a buscar ‘a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte’. El Señor, teniendo en sus manos las armas vencedoras de la cruz, se acerca a ellos. Y tomándolos por la mano dice: ‘Despierta tú que duermes’, levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz. Yo soy tu Dios, que por ti y por todos se ha hecho hombre. Tengo el poder de anunciar a los que están encadenados la hora de la liberación; y a los que se encuentran en las tinieblas, la llegada de la luz; y a los que duermen, el despertar del sueño».
Os invitamos a pasar el día junto a María y el resto de los discípulos, las mujeres que estuvieron al pie de la cruz, y aquellos que huyeron. El sábado para los judíos es un tiempo de descanso, no podían hacer nada, tan solo esperar #EnCasa, sosteniéndose mutuamente en la incertidumbre y en la tristeza.
La Iglesia nos invita a volvernos, en este día, hacia María, la madre que en soledad recuerda cada uno de los gestos de su Hijo, su misteriosa concepción y nacimiento, la huida a Egipto, su crecer en Nazaret, su haberse perdido en el templo, sus aprendizajes, sus enseñanzas, su irse de casa para emprender su misión… Ella, la primera en el camino del discipulado, aprendió tanto y se dejó transformar en madre de la Iglesia a los pies de la Cruz. El gran grito de triunfo y dolor la llena por dentro. Sabe que ha triunfado. Pero ella está sola. Él no está con ella. Y piensa en sus palabras: «al tercer día resucitaré». Y se aferra a ellas. Es difícil creer, ha tenido entre sus manos el cuerpo muerto de su hijo, agujereado por los clavos, ha puesto su mano en el costado abierto llegando al mismo corazón. Hace falta mucha fe para creer que va a resucitar y se hace la oscuridad en su alma. Experimenta el abandono como lo experimentó Jesús. El Padre calla y la Madre se convierte en la única creyente. Su fe es la de una nueva Eva que cree contra todas las evidencias de los sentidos y de la experiencia. Y las horas del sábado transcurren lentas, en oración, como en Getsemaní. Pasa la noche del sábado minuto a minuto, y la oración no cesa en la que nunca cesó de creer. Que en este último tramo del camino nos acompañe María, la que permaneció siempre fiel junto al Hijo, sobre todo en los días de la Pasión. Que ella nos enseñe a amar «hasta el extremo», siguiendo las huellas de Cristo, que con su muerte y resurrección ha salvado al mundo. (P. Enrique Cases | Fuente: Catholic.net).
Pascua significa el paso salvador de Dios en la historia de la humanidad, que recordamos en dos hitos importantes: el paso liberador del Pueblo de Israel atravesando el Mar Rojo hacia la Tierra Prometida, y el paso de Jesús por nuestra tierra amando “hasta el extremo”, para abrirnos el paso a la Vida.
En medio de este tiempo de desesperanza, creamos en esta realidad, como nos dice el papa Francisco en su exhortación apostólica Evangelli Gaudium, «no huyamos de la resurrección de Jesús, nunca nos declaremos muertos, pase lo que pase. ¡Que nada pueda más que su vida que nos lanza hacia adelante!».
Su resurrección no es algo del pasado; entraña una fuerza de vida que ha penetrado el mundo. Donde parece que todo ha muerto, por todas partes vuelven a aparecer los brotes de la resurrección. Es una fuerza imparable. Verdad que muchas veces parece que Dios no existiera: vemos injusticias, maldades, indiferencias y crueldades que no ceden. Pero también es cierto que en medio de la oscuridad siempre comienza a brotar algo nuevo, que tarde o temprano produce un fruto. En un campo arrasado vuelve a aparecer la vida, tozuda e invencible. Habrá muchas cosas negras, pero el bien siempre tiende a volver a brotar y a difundirse. Cada día en el mundo renace la belleza, que resucita transformada a través de las tormentas de la historia. Los valores tienden siempre a reaparecer de nuevas maneras, y de hecho el ser humano ha renacido muchas veces de lo que parecía irreversible. Esa es la fuerza de la resurrección y cada evangelizador es un instrumento de ese dinamismo. Papa Francisco, Evangelli Gaudium, 276.
Para comprender mejor este misterio, poder entrar en Él y dejaros vivificar, os invitamos a vivir la Vigilia Pascual comprendiendo las lecturas que se leerán y los signos que se utilizarán, todos ellos nos revelan algo de Jesús, y nos pueden ayudar a acercarnos a Él.
La liturgia del fuego y la Luz
Descubrimos la necesidad de la luz cuando no la tenemos: de noche encendemos las lámparas, si estamos en el monte la linterna nos guía, cuando pasamos por un túnel los focos del coche nos orientan, el móvil nos permite iluminar aquello que necesitamos en un lapso de tiempo. Pero hay tinieblas más difíciles de disipar, las que invaden nuestro corazón o el de las personas que nos rodean: la tristeza, el miedo, el dolor, la impotencia, el mal que podamos cometer o hemos sufrido, el sin sentido o la falta de esperanza. A veces decimos “esto no lo veo claro”, “no veo lo que quieres decir”… En todos esos momentos somos ciegos, necesitamos que alguien nos ponga en el corazón una luz para iluminar nuestro futuro, nuestro camino. Jesús se nos presenta como la luz que ilumina nuestras tinieblas, la esperanza que da sentido a la sinrazón de muchas circunstancias. Es una luz que no deslumbra o ciega como los focos de los espectáculos, alumbra sin herir o imponer.
Esto es lo que significa la Luz del Cirio Pascual que encenderemos en la primera parte de la Vigilia, tenue pero que no se agota al recibirla y transmitirla a los demás, como cuando encendemos nuestra vela y la ofrecemos a los demás.
Breve reflexión
- Señala cuatro circunstancias de la vida que te rodea en que sientas falta de claridad y de luz.
- Da las gracias por tres gestos que te han dado claridad, luz a tu vida.
Gesto en casa durante la Vigilia Pascual
Si tienes una vela, enciéndela en el momento en que se enciende el cirio, y ponla en una mesa entre la televisión y los que estáis reunidos.
La liturgia de la Palabra
Las personas se comunican de muchas formas y en ellas se comprometen. La Palabra es, quizá, la expresión más humana de comunicación; por eso, Dios, que quiere hacerse comprensible para nosotros, se ha comunicado por medio de palabras, hasta hacerse Él mismo Palabra. Jesús es la Palabra de Dios, es el modo de hablar de Dios, de venir a nuestro encuentro.
Durante la Vigilia se leen muchas lecturas de la Biblia, en las que descubrimos el amor de Dios por humanidad:
- Al crear todo lo que existe: Génesis 1, 1—2, 2.
- Al cumplir la promesa hecha a Abrahán de multiplicar su descendencia y vivir en la tierra prometida: Génesis 22, 1-18
- Al liberar al Pueblo de Israel de la esclavitud de Egipto: Éxodo 14, 15—15, 1
- Al renovar su Alianza y enseñarnos el camino de una vida plena siguiendo la voluntad de Dios, anunciada por boca de los profetas: Isaías 54, 5-14, Isaías 55, 1-11, Baruc 3, 9-15. 32—4, 4, Ezequiel 36, 16-28
- Al regalarnos la fe del bautismo que nos hace participar de la resurrección de Jesús: Romanos 6, 3-11
Escuchemos estas lecturas intentando descubrir qué nos quiere decir Dios hoy y ahora, porque la Palabra de Dios es una Palabra viva y eficaz hoy. Lo que dice se cumple: crea, da paz, ofrece esperanza…
Breve reflexión
- ¿Qué es lo que más me ha gustado de estas lecturas?
- ¿Qué palabra de vida me ofrece a mí y a nuestro mundo?
- Imagínate que es Dios quien siembra y que tú eres la tierra que acoge la semilla: ¿qué frutos puedes ofrecer a los demás?
Gesto en casa durante la Vigilia Pascual
Si tienes una Biblia, ábrela y ponla junto a la vela.
El signo del agua
Desde hace algunos años hemos vivido una situación climatológica rara: una gran sequía y fuertes inundaciones. El agua, que es necesaria para la vida, falta. El agua, cuando se desborda, puede destruir, romper proyectos…
El antiguo pueblo judío busca la libertad de Egipto y rompe con esa situación atravesando el Mar Rojo. El paso por esa agua se convierte en un signo: refleja la muerte a una esclavitud y abre el nuevo camino de la libertad. Jesús, con su vida y su muerte, inicia la historia de un nuevo pueblo, la Iglesia, la comunidad de sus seguidores. De ahí que el agua del Bautismo sea para los seguidores de Jesús el signo del paso de la muerte a la vida, del egoísmo al amor, del yo al nosotros. Por eso, en la Vigilia Pascual recordamos nuestro bautismo.
Breve reflexión
- ¿Qué significa para vosotros el agua? ¿Qué os gusta de ella?
- Probablemente habrás asistido al bautizo de algún hermano, primo, sobrino. ¿Te has acordado de que una vez fuiste tú también bautizado? ¿Qué has sentido al recordarlo?
El signo del pan y el vino
Cualquier celebración tiene siempre una expresión concreta en torno a la mesa: compartir una comida es una de las expresiones que más se repite en todos los pueblos como signo de alegría, gozo y unión. Un plato y un vaso tomados junto a las personas que se ama y se estima ayuda a crear un ambiente y una atmósfera realmente sinceros.
En su deseo de hablar un lenguaje que los hombres pudiéramos entender, también Dios quiso que en torno a una mesa se juntarán sus seguidores y compartieran una comida de fiesta. Con ello celebraban el Paso del Señor, la Pascua. Jesús deseó celebrar con sus amigos más íntimos esta Cena, su última cena entre los hombres, no solo para compartir lo que habían vivido, sino también para ofrecer un nuevo camino, una nueva comida. Jesús quiso quedarse entre ellos como comida: “esto es mi cuerpo, esta es mi sangre”. Por estas palabras se hace alimento para que acudamos a Él y tomemos fuerza para seguir su camino.
Compartir entre nosotros el alimento de Jesús no es solamente asistir a una Misa y comulgar el pan de la Eucaristía. Ciertamente es eso y algo más: es compartir los gestos de Jesús, es hacer realidad su actitud de servicio, de perdón, de ayuda, de tolerancia….
Jesús nos dice que hemos de unirnos a Él, hemos de comer su cuerpo y beber su sangre para que tengamos vida, una vida que no acaba, una vida que se transmite a los demás. Y en el día a día hemos de actualizar su presencia y sus gestos, conscientes de que la celebración de la Eucaristía es la expresión más profunda de su Amor por toda la humanidad.
Breve reflexión
- En qué medida puede ayudarnos vivir como vivió Jesús.
- Cómo puedo ser Eucaristía, vivir como vivió Jesús.
Material adaptado parcialmente de Elvis Valenzuela